Debo confesar que tengo una debilidad por los pianistas clásicos y recientemente estuve viendo unos videos de
Evegny Kissin en vivo. Siempre me despierta curiosidad imaginar la vida de un
pianista, como funcionan sus mentes, que imagino como estos laberintos intricados y
complejos. Todos estos tipos tan silenciosos, los puedo ver en cuartos oscuros
medio derruidos, con pisos viejos de madera, obviamente con el piano y una
ventana que no necesariamente da hacia una vista agradable.
En fin, quiero rescatar dos
piezas en particular que ejecuta Kissin, uno de mis favoritos. La primera es La Campanella de Liszt.
Miren a Kissin, en su mejor momento, en una filmación del '97. Él, aún
adolescente, es un terrible rockero. Tiene un peinado que remite directamente a
Robert Smith y toca con una ferocidad que te deja pasmado. Es increíble ver la
intensidad de sus expresiones y movimientos, las gotas de sudor que le caen de
la frente, y ni hablar de la maestría con la que ejecuta La Campanella… esta
versión es insuperable, no he encontrado otra mejor.
La segunda es Rondo e Capriccio,
de Beethoven. Una pieza realmente increíble, totalmente imperfecta, te hace
pensar que el gran Ludwing se estaba tomando todo para la joda, como diciendo
“Miren lo que hago, porque se me canta!”. Parece como si la consecución de las
notas no tuviera ningún sentido en lo absoluto. No obstante es sin dudas una de
las mejores cosas que escuché en mi vida.
La Campanella
Rondo e Capriccio
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