Twenty One parece ser un disco más, un disco del montón. Ya saben,
la bandita de canciones indie con guitarras afiladas y coros que se te pegan en
medio de lo que pareciera el más representativo de los ejemplos de la inercia. Y Twenty
One es eso; inercia, canciones que se suceden con naturalidad en un paseo íntimo por
nuestro propio existencialismo.
No busquen vueltas, acá la ingenuidad no es aparente; Twenty
One es una ofrenda, un disco que nos abre gentilmente las puertas de par en par para que lo
conozcamos. Si después de todo, es un disco más. Se pueden sentir como los ’60
y los ’80 se mezclan con el nuevo milenio en una pequeña obra que encontraremos
agigantada una vez finalizada, con 10 canciones que pasan fugazmente haciéndonos
sentir tanta dicha como tristeza, en donde la melancolía, aquí escrita en
mayúsculas, se hace real y palpable.
Twenty One llega y se va, como un disco más. Pero ya nada será lo mismo.